sábado, 2 de diciembre de 2017

Blog de Nat

¡Hola, queridos lectores! Cómo lo prometido es deuda, el blog vuelve y trataremos de ser un poco más persistentes con esto, el tiempo no es ilimitado, pero sabremos conseguirlo.

Tal y cómo les comentamos por medio de nuestra cuenta de Instagram (@lectores_bogota) les traemos una historia contada, ni más ni menos que, por nuestra presidenta Natalia quien estuvo hace (literalmente) un par de días en el Amazonas y trajo un montón de experiencias y recomendaciones para todos los futuros lectores viajeros.


Perdidos en el Amazonas




4 am. Me despierto con la llamada de mi papá, me reclama que si no me levanto en ese momento y me arreglo no llegaré al vuelo que tengo para ir a Leticia. Me levanto con paso lento y entro a la ducha, me arreglo con la mayor cautela posible y acabo de empacar todas mis cosas en la maleta que tras una noche de estrés encontré en algún lugar de mi casa. Alisto mi cámara y desayuno, mi mamá me abraza con fuerza y me deja ir, como siempre antes de que yo viaje sola se preocupa, pero lo soporta al ver que será una buena experiencia en mi vida. 
5:30 am. Salgo de mi casa en el carro de mi hermano, rumbo al aeropuerto. No tardamos más de 8 minutos en llegar, me bajo y me acerco a mis compañeros de curso. Solo conozco a mis dos compañeras de carrera, los demás son extraños y no quisiera que eso dificultara el viaje.
7 am. Entramos al avión y me doy cuenta de que no fui asignada con ninguna de mis compañeras. Miro a mi izquierda y me encuentro con que una de las chicas del curso será la persona que esté junto a mí en el vuelo. Hablamos un rato y nos ponemos a ver una serie en su celular. Todo lo empiezo a ver difuso.
El tiempo se detiene para mí, veo como los minutos pasan mientras disfrutamos de un jugo helado de copoazú y nos metemos entre las entrevesadas calles de Leticia. Nuestro profesor entra en desesperación y nos pide que nos subamos en grupos a algunos taxis para ir a almorzar para no llegar tarde a la lancha que habíamos pagado. Avanzamos por la calle y de poco a poco veíamos que los letreros de Leticia no estaban en español, cruzar nos dejaba en Brasil por el momento. Entramos a un restaurante de comida peruana (lo sé, paradójico, salimos de Colombia a Brasil para ir a comer a un restaurante peruano) y entre cervezas y mariscos el tiempo pasó. Tuvimos que volver corriendo a las lanchas.

Para mi mala fortuna, mi grupo de compañeros y yo perdimos de vista a nuestros profesores y terminamos equivocándonos de lancha. Al llegar al sitio en el que en verdad debíamos estar para tomar la lancha nos informaron que se habían ido sin nosotros, solo nos quedaba como opción pagar una lancha para nosotros (a pesar de que en verdad era un gasto no planeado) y llegar tan pronto como pudiéramos a la reserva en la que nos íbamos a quedar.
Llegamos a la reserva y, tras evitar las miradas acusativas de los profesores, empezamos a trabajar en lo que teníamos que hacer. Muchas personas del grupo saben que estudio una carrera relacionada con la política y la administración (o bueno, algo así), pero en este caso, la salida era de una clase electiva de biología (lo sé, suena bastante raro).
Tuvimos que, con mis compañeras, sacar nuestras cámaras y libretas y salir acompañadas de alguno de nuestros profesores o guías hacia alguna de los senderos para colectar especímenes (en mi caso, plantas). Caminamos el primer día un par de metros, porque ni siquiera nos adentramos en la selva, y volvimos a la reserva por dinero para ir de compras a la comunidad que quedaba cerca de la reserva.
Así se pasó el fin de semana, entre compras en la comunidad (dentro de las cuales se perpetuaba la compra de cachaza y cervezas) y recorridos larguísimos en la selva, recorridos que para mí fueron bastante emotivos, porque encontré una riqueza inédita en el Amazonas. En Bogotá no tengo frecuentemente la oportunidad de aislarme, los que me conocen saben perfectamente que todo el tiempo tengo mi celular en la mano y soy quien responde mensajes automáticamente los recibe. Desconectarme fue útil, la verdad uno no logra percibir todo lo que le rodea si no tiene sus sentidos aguzados y si en verdad no valora lo que nos da la naturaleza.
El Amazonas es un laberinto. Por lo menos para mí lo fue. Sabía perfectamente que cada uno de los caminos no me iba a llevar al mismo lugar y aun así me aventuré con mis compañeros a tomar otros senderos para llegar (al menos no nos perdimos, como unos compañeros que después de 4 horas lograron encontrar la reserva). Recuerdo permanentemente que el guía nos decía que la selva es engañosa, que no confiáramos del todo en lo que veíamos mientras nos contaba historias como la leyenda de la Madre Monte.

¿Es un viaje que recomiendo? Totalmente. Creo que me he pasado de largo muchos detalles porque ha pasado casi un mes desde el viaje y gran parte de los recuerdos que tengo es mejor que permanezcan bajo llave, acuerdo de confidencialidad de todos quienes fuimos a conocer un lugar tan maravilloso como lo es el Amazonas. La desconexión con lo que consideramos civilización es simplemente refrescante y, para mí, volver a Bogotá fue tan caótico como fantástico. Fue parte de la experiencia y de las memorias que uno puede guardar toda la vida en su corazón por ocasiones tan fantásticas. 


Espero que disfruten esta entrada y que se animen a conocer el Amazonas, en serio, vale muchísimo la pena.
PD: Las fotos que ven en la entrada las tomé todas yo, aquí abajo les dejo algunas otras para que se animen a conocer este paraíso terrenal (esperemos que no tengan contratiempos con lanchas como yo).

Con muchísimo cariño.

-Nat

Más fotos (lo siento, muchas fotos no subieron):















No hay comentarios.:

Publicar un comentario