¡Hola,
queridos lectores! Cómo lo prometido es deuda, el blog vuelve y trataremos de
ser un poco más persistentes con esto, el tiempo no es ilimitado, pero sabremos
conseguirlo.
Tal y cómo les
comentamos por medio de nuestra cuenta de Instagram (@lectores_bogota) les
traemos una historia contada, ni más ni menos que, por nuestra presidenta
Natalia quien estuvo hace (literalmente) un par de días en el Amazonas y trajo
un montón de experiencias y recomendaciones para todos los futuros lectores
viajeros.
Perdidos en el Amazonas
4 am. Me
despierto con la llamada de mi papá, me reclama que si no me levanto en ese
momento y me arreglo no llegaré al vuelo que tengo para ir a Leticia. Me
levanto con paso lento y entro a la ducha, me arreglo con la mayor cautela
posible y acabo de empacar todas mis cosas en la maleta que tras una noche de
estrés encontré en algún lugar de mi casa. Alisto mi cámara y desayuno, mi mamá
me abraza con fuerza y me deja ir, como siempre antes de que yo viaje sola se
preocupa, pero lo soporta al ver que será una buena experiencia en mi vida.
5:30 am. Salgo
de mi casa en el carro de mi hermano, rumbo al aeropuerto. No tardamos más de 8
minutos en llegar, me bajo y me acerco a mis compañeros de curso. Solo conozco
a mis dos compañeras de carrera, los demás son extraños y no quisiera que eso
dificultara el viaje.
7 am. Entramos
al avión y me doy cuenta de que no fui asignada con ninguna de mis compañeras.
Miro a mi izquierda y me encuentro con que una de las chicas del curso será la
persona que esté junto a mí en el vuelo. Hablamos un rato y nos ponemos a ver
una serie en su celular. Todo lo empiezo a ver difuso.
El tiempo se
detiene para mí, veo como los minutos pasan mientras disfrutamos de un jugo
helado de copoazú y nos metemos entre las entrevesadas calles de Leticia. Nuestro
profesor entra en desesperación y nos pide que nos subamos en grupos a algunos
taxis para ir a almorzar para no llegar tarde a la lancha que habíamos pagado.
Avanzamos por la calle y de poco a poco veíamos que los letreros de Leticia no
estaban en español, cruzar nos dejaba en Brasil por el momento. Entramos a un
restaurante de comida peruana (lo sé, paradójico, salimos de Colombia a Brasil
para ir a comer a un restaurante peruano) y entre cervezas y mariscos el tiempo
pasó. Tuvimos que volver corriendo a las lanchas.
Llegamos a la
reserva y, tras evitar las miradas acusativas de los profesores, empezamos a
trabajar en lo que teníamos que hacer. Muchas personas del grupo saben que
estudio una carrera relacionada con la política y la administración (o bueno,
algo así), pero en este caso, la salida era de una clase electiva de biología
(lo sé, suena bastante raro).
Tuvimos que,
con mis compañeras, sacar nuestras cámaras y libretas y salir acompañadas de
alguno de nuestros profesores o guías hacia alguna de los senderos para
colectar especímenes (en mi caso, plantas). Caminamos el primer día un par de
metros, porque ni siquiera nos adentramos en la selva, y volvimos a la reserva
por dinero para ir de compras a la comunidad que quedaba cerca de la reserva.
Así se pasó el
fin de semana, entre compras en la comunidad (dentro de las cuales se perpetuaba
la compra de cachaza y cervezas) y recorridos larguísimos en la selva,
recorridos que para mí fueron bastante emotivos, porque encontré una riqueza inédita
en el Amazonas. En Bogotá no tengo frecuentemente la oportunidad de aislarme,
los que me conocen saben perfectamente que todo el tiempo tengo mi celular en
la mano y soy quien responde mensajes automáticamente los recibe. Desconectarme
fue útil, la verdad uno no logra percibir todo lo que le rodea si no tiene sus
sentidos aguzados y si en verdad no valora lo que nos da la naturaleza.
El Amazonas es
un laberinto. Por lo menos para mí lo fue. Sabía perfectamente que cada uno de
los caminos no me iba a llevar al mismo lugar y aun así me aventuré con mis
compañeros a tomar otros senderos para llegar (al menos no nos perdimos, como
unos compañeros que después de 4 horas lograron encontrar la reserva). Recuerdo
permanentemente que el guía nos decía que la selva es engañosa, que no confiáramos
del todo en lo que veíamos mientras nos contaba historias como la leyenda de la
Madre Monte.
¿Es un viaje
que recomiendo? Totalmente. Creo que me he pasado de largo muchos detalles
porque ha pasado casi un mes desde el viaje y gran parte de los recuerdos que
tengo es mejor que permanezcan bajo llave, acuerdo de confidencialidad de todos
quienes fuimos a conocer un lugar tan maravilloso como lo es el Amazonas. La
desconexión con lo que consideramos civilización es simplemente refrescante y,
para mí, volver a Bogotá fue tan caótico como fantástico. Fue parte de la
experiencia y de las memorias que uno puede guardar toda la vida en su corazón
por ocasiones tan fantásticas.
Espero que disfruten esta entrada y que se animen a conocer el Amazonas, en serio, vale muchísimo la pena.
PD: Las fotos que ven en la entrada las tomé todas yo, aquí abajo les dejo algunas otras para que se animen a conocer este paraíso terrenal (esperemos que no tengan contratiempos con lanchas como yo).
Con muchísimo cariño.
-Nat
Más fotos (lo siento, muchas fotos no subieron):
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